QUIEN EN UNA NOCHE DE TORMENTA,
EN UNA REUNIÓN CON LOS AMIGOS, NO
HA CONTADO UNA HISTORIA DE TERROR,
CUENTOS, LEYENDAS QUE TE ERIZAN LA
PIEL, AQUÍ OS DEJO UNA DE LAS
HISTORIAS QUE HA LLEGADO A MIS OÍDOS,
CUENTOS QUE EN ALGÚN MOMENTO ME
ERIZARON LA PIEL,
¿¿LO HARÁ CON VOSOTROS??
DEBAJO DE LA CAMA
La imagen que más le había impresionado en
toda su vida pertenecía a una película de la cual
no recordaba ni el título. Había una niña
tumbada sobre su cama. Poco más allá, a su
izquierda, había un espejo, y ella podía verse
dormir. La luna reflejaba su imagen, y cada
noche, por aquello del miedo que atenaza a los
niños, la cría se miraba en el espejo y
aprovechaba para ver si debajo de su cama había
algo de lo que debiera tener conocimiento. Tras
ver que no había nada se quedó tranquila. Unas
escenas más adelante volvió a hacer lo mismo y
luego cerró los ojos. Su mano cayó hacia el suelo.
En un momento dado notó una humedad viscosa
en su mano lacia y abrió los ojos sin atrever a
moverse un ápice. Giró la cabeza hacia la
izquierda y miró el espejo. Bajo su cama había un
hombre con ojos de sádico, que lamía su mano
con la boca sangrienta en un rictus perverso.
Aquella escena era la que más terror le producía,
pero ella no tenía un espejo al lado de la cama
para mirar si estaba sola en la habitación, y por
más que había pedido a sus padres que le
pusieran un espejo estos siempre le habían dicho
lo mismo: no hay sitio. A un lado tenía el balcón
y al otro un armario y la puerta. No cabía esa
posibilidad, y ponerlo enfrente no tenía sentido.
De modo que Leticia miraba debajo de su cama
nada más entrar en la habitación, con las luces
abiertas y la puerta del cuarto abierta, por si
tenía que gritar y ser escuchada por sus padres.
Una vez comprobaba que no había nada, cerraba
la puerta para asegurarse de que nadie podía
entrar, y tras leer algunas páginas de un libro de
la colección del Barco de Vapor, se dormía con
la luz de la lamparilla encendida. Más tarde,
como cada noche, entraría alguno de sus padres
para darle un beso en la frente y cerrar la luz.
También cerraban la puerta por expreso deseo
de ella. Si antes no habían entrado, después
tampoco lo harían.
Una noche entró e hizo su rutina habitual.
Cuando terminó abrió el libro que estaba
leyendo, sus ojos consumieron ávidamente unas
páginas y cayó rendida. Su madre entró veinte
minutos después, besó su frente, cerró la luz y se
marchó, dejando cerrada la puerta.
Leticia no pudo ver como media hora más tarde
el pomo de su puerta giraba lentamente. La
puerta no chirriaba, de modo que tampoco se
enteró cuando ésta se abrió lentamente y “algo”
que no tenía forma ni color se deslizó por el suelo
sin hacer ningún ruido. Ella permanecía inerte
sumida en sueños cuando la sábana que la cubría
comenzó a deslizarse hacia sus pies. Un pequeño
cosquilleo producido por el movimiento de las
sábanas hizo que moviera las piernas
incómodamente, casi en un arranque nervioso,
pero no llegó a despertarla. Cuando las sábanas
terminaron en el suelo Leticia comenzó a tener
una pesadilla. Sus ojos, ocultos tras los párpados
cerrados, se movían rítmica y velozmente.
Mientras tanto un ser invisible a la vista humana,
deslizaba parte de sí por las piernas desnudas de
Leticia, provocando que toda su piel se
estremeciera y el bello de todo su cuerpo se
erizara. Un frió glacial recorrió sus pies, sus
piernas, su cintura, su pecho y sus brazos y
terminó llegando hasta su rostro como un
suspiro mortal. Leticia sintió que el corazón se le
congelaba y abrió los ojos en un rictus de horror.
Respiró hondo y comenzó a hiperventilarse
mientras sus manos se agarraban fuerte a la
sábana de fondo. Cuando logró aminorar la
velocidad de su respiración y su corazón volvió a
su número de palpitaciones habitual, Leticia
parpadeó un par de veces más y se centró. Algo
fallaba. No era solo la pesadilla que le había
despertado, había algo más. Era un
presentimiento. En un movimiento tan rápido
como el miedo le permitió, encendió la luz de la
habitación.
Sentada aún en la cama se miró las propias
piernas y encontró la respuesta a su pregunta. La
sábana que cubría su cuerpo ahora no estaba.
Miró a un lado y otro de la cama sin apenas
mover más músculo de su cuerpo que el del
cuello, y no encontró la pieza que faltaba. De un
bote se puso de rodillas y se acercó hasta los pies
de la cama. Allí abajo, de forma circular, estaba
toda la sábana que debía haber estado cubriendo
su cuerpo. Comenzó a sentir otra vez el miedo
que la había hecho hiperventilarse y su
respiración volvió a agitarse. De haber sido
asmática ya habría sufrido un ataque. Era una
suerte ser una niña sana. Si hubiera tenido
setenta años probablemente aquella noche habría
muerto de un ataque al corazón.
Alargó el brazo para recuperar su sábana y se la
echó por encima. Todavía luchaba por recuperar
también la serenidad. Tenía tanto miedo que
apenas le salió un susurro de la boca cuando
creyó estar gritando “mamá”. Su carne de
gallina y su bello erizado no la tranquilizaba en
absoluto.
Tras gemir comenzó a llorar. Si las palabras no
salían de su boca, tendría que ir hasta la
habitación de sus padres para dejarse consolar...
y aquello también le provocaba pavor. La
habitación estaba dos cuartos más allá, al fondo
del pasillo. Pero si quería que hubiera alguien
con ella hasta que consiguiera volver a dormirse,
tendría que salir de su propia habitación. Con
todo el valor que una niña de doce años podría
tener, Leticia localizó primero las zapatillas para
ponérselas lo más rápido posible y salir
corriendo de allí. Pensó que si corría llegaría
antes a la habitación de sus padres y podría
meterse entre ambos para recuperar la
tranquilidad y el sueño. Sólo sus padres tenían
esa capacidad de devolverle la paz. Ella era muy
joven, no podía hacerlo todo sola. Necesitaba dos
adultos a los que amaba y en los que confiaba.
Decidida, tras localizar sus zapatillas, se abrazó
a la sábana, se calzó y corrió hacia la puerta de
su habitación. Fue entonces, cuando al alargar el
brazo para abrir el pomo, se dio cuenta de que la
puerta estaba abierta. El miedo la paralizó de
nuevo y sus ojos bailotearon de terror. No se
atrevía a girarse y en el umbral permaneció el
tiempo que a ella le pareció una eternidad. Sus
pies no se atrevían a dar un paso más. Comenzó a
hiperventilarse de nuevo y sintió marearse, y en
un arranque último de valor extendió el brazo y
abrió la luz del pasillo. ¿Iba a morir de miedo?
Aquella duda consiguió que echara a correr
hasta la habitación de sus padres pero fue tan
rápida y torpe que se estampó contra la puerta
semiabierta.
Cayó al suelo y se dañó un tobillo, pero provocó
el suficiente ruido como para que su padre se
despertara y abriera la luz.
- ¿Leticia? La niña alzó su rostro poco a poco. Primero vio
las baldosas del suelo, luego llegó hasta las
zapatillas de su padre, y entonces miró debajo de
la cama de matrimonio.
Antes de que la habitación comenzara a darle
vueltas y cayera al suelo había podido ver que
debajo de la cama de sus padres estaba su madre
sobre un charco de sangre y un ser etéreo, como
el cristal, al cual sólo se podía ver con los ojos de
la infancia, lamía la barbilla sangrienta de su
madre.